Localización (Institución, Colección):
Museo Arqueológico Nacional de Nápoles (Inventario 9529)
Descripción:
En el momento de su muerte Patroclo lucía la armadura de Aquiles, aquella que Hefesto hubiera regalado a Peleo el día de su boda con Tetis. Tras este episodio y la consiguiente tristeza que le invadió, Tetis acude en su ayuda para darle consuelo y le promete unas nuevas armas con las que volver al campo de batalla y vengar la muerte de su compañero. La pintura representa el taller del dios herrero, el momento preciso en que el dios muestra el refulgente escudo a la diosa marina, tal y como señalan los últimos versos del Canto XVIII de la "Ilíada" (XVIII, 614-617): "Tras terminar toda la armadura el ilustre cojitranco/la levantó y la presentó delante de la madre de Aquiles/, que cual gavilán, descendió de un salto del nevado Olimpo,/llevando las chispeantes armas de parte de Hefesto" (trad. Emilio Crespo Güemes). El tema se hizo popular en la cerámica griega de los siglos VI y V a.C., desde donde pasaría a Roma, siendo popular entre los frescos pompeyanos (también representado en la Casa de Meleagro, Pompeya VI, 9.2).
La escena se desarrolla en el interior del palacio de Hefesto en el que pueden diferenciarse dos estancias, señaladas por una gran columna dórica y unos cortinajes respectivamente, que sirven para otorgar profundidad al conjunto. En Ilíada XVIII, 370-71, este espacio se describe como una morada "inconsumible, estrellada, excelente entre las inmortales, broncínea, que el propio cojitranco se había fabricado".
Sentado en el margen izquierdo de la composición y asistido por dos de sus ayudantes (los Cíclopes Uranios), Hefesto muestra a Tetis el escudo recién labrado, tan refulgente que el rostro de la diosa "de los pies de plata" se refleja en él como si de un espejo se tratara. El dios aparece caracterizado como un obrero manual, hecho que suele ser habitual en su iconografía desde el arte griego de época clásica: luce una exómis corta que deja un hombro al aire y cubre su cabeza con gorro puntiagudo (pilos); su piel es oscura, como la de sus dos acompañantes y todavía sostiene en la mano derecha el instrumento que le ha servido para pulir una de sus mejores obras, el célebre escudo inmortalizado por Homero (Ilíada XVIII, 478-605).
La nereida, asistida por otra figura femenina situada tras ella, va vestida con una hermosa túnica de tonalidades plateadas y está sentada en un hermoso "thronos" tallado (asiento reservado para las figuras divinas). Su peinado, sus joyas y su peinado son similares al que lucieron las damas romanas del siglo I; su actitud pensativa se expresa plásticamente mediante el gesto de su mano derecha sobre el rostro: la diosa, contempla ensimismada la obra del divino cojo y quizás, mientras su rostro se refleja en su superficie, sopesa con tristeza el inminente final de su querido hijo.
En primer término, un cíclope (anciano y de pequeño tamaño, da los últimos retoques con su martillo al primoroso yelmo, mientras las grebas y la armadura descansan en el suelo, junto a otras herramientas. Una luz blanquecina envuelve todo el conjunto, difuminada en el ambiente, como es habitual en las mejores obras pictóricas del llamado "Tercer Estilo" Pompeyano, caracterizado por rápidos toques de pincel y perfección técnica, de tal suerte que el espacio se hace real y casi tangible entre las figuras.