Fuentes primarias:
Heródoto, Historia, VII, 26, 3; Estrabón, Geografía, XII, 8, 15; Apolodoro, Biblioteca, I, 4, 2; Higino, Fábulas, 165, 1-5; Ovidio, Metamorfosis, VI, 697-710; Nono de Panópolis, Dionisíacas, XIX, 317 y ss.
Descripción:
La personificación de los ríos es muy frecuente en el arte romano como indicador de un lugar que acontece un relato mitológico, en el que desempeña un papel pasivo como mero observador de los acontecimientos. Bajo esta premisa, algunas figuras de los ríos decoran composiciones más complejas en los sarcófagos y mosaicos romanos, como es el caso de la personificación del río Meandro, que fluye por Asia Menor. Este río tuvo bastante importancia mitológica, pues se le atribuyen varios hijos famosos como Samia Cianea, Calírroe, e incluso Marsias en algunas versiones y su hermano Babis. Además, fueron varios los pasajes mitológicos que sucedieron en sus riberas, como la trágica historia de Cálamo y Carpo, o el célebre mito del sátiro Marsias, tema que ilustra este sarcófago romano.
El mito refleja el concepto griego de hybris, es decir, la soberbia de aquellos que se atreven a desafiar a los dioses, y la consecuencia directa de ello, que solía ser un cruel castigo para el mortal, impuesto por el dios ofendido. El pasaje cuenta el castigo de Apolo a Marsias, quien se había atrevido a retarle en una composición musical, en la que el sátiro tocó el aulós que Atenea había arrojado al río Meandro, disgustada, al ver en el agua la deformación de su rostro al soplar el instrumento. Apolo, cuando venció a Marsias, decidió desollarlo vivo colgado de un pino por su osadía. Es la versión de Ovidio la que cuenta que por las lágrimas de los sátiros y ninfas que pasaban por el lugar al ver al pobre Marsias, surgió el río homónimo, afluente del río Meandro.
En este sarcófago romano del siglo III se ha representado el pasaje mitológico a través de una imagen continua, en la que se desarrollan distintas escenas del mito desde su inicio hasta el infeliz desenlace. En el extremo izquierdo se puede observar a la diosa Atenea, de cuya figura se ha perdido parte de su casco y su lanza, solo conservada su mitad inferior, a la que se enrosca una serpiente. A continuación, aparece Marsias, ataviado únicamente con la piel de un cánido y tocando el aulós. Se enfrenta al divino Apolo, completamente desnudo, que toca la cítara. Una figura femenina sentada sobre una roca se sitúa entre ambos personajes. Probablemente se trate de una de las musas que según la versión del mito de Higino (Fábulas, 165, 4) hicieron de jueces en la competición musical. Dirige su mirada a Apolo, claro vencedor de la prueba, y a quien la Victoria alada le ha impuesto la corona de laurel. Bajo esta aparece la figura fluvial de Meandro, ahora mero observador de los acontecimientos, pero que había cobrado especial importancia en el inicio del mito. De apariencia madura -como denota su espesa barba- sostiene en su mano derecha una rama de junco, mientras que apoya su brazo izquierdo en un cántaro del que mana agua, atributo propio de las divinidades fluviales y que simboliza su caudal. Una última figura es testigo de la competición, quien aparece reclinada y ataviada al igual que el río, con un manto que le cubre la cadera y las piernas. Probablemente se trate de otra personificación espacial, siendo interpretado por algunos autores como la personificación de un monte. Finalmente, en la parte derecha del panel se muestra el terrible desenlace de Marsias, quien figura colgado de un pino, y a quien un escita -al que Apolo había encomendado la desagradable tarea- se dispone a desollar, con la ayuda de un trabajador ataviado con exomís y el gorro pilos.
La lectura simbólica del pasaje mitológico es compleja, pues además del evidente concepto de hybris -y la connotación en relación con la muerte que esta pueda adquirir en este caso al tratarse de un sarcófago-, ha sido interpretado también como el triunfo del poder apolíneo frente al dionisíaco, de lo racional frente a lo salvaje.
El mito de Marsias contó con muchísima repercusión iconográfica en la Antigüedad, al menos desde el siglo V a.C., como demuestra el célebre conjunto escultórico de Mirón que representa a Atenea y al sátiro. No obstante, la personificación fluvial del Meandro no fue tan frecuente cuando se representó este pasaje mitológico en el arte. En época griega lo vemos en la pintura vascular sosteniendo un espejo -donde la diosa Atenea se mira- (como por ejemplo en una cratera de época helenística conservada en el Museo de Bellas Artes de Boston, inv. 00.348), siendo más frecuente su imagen en este mito en época romana, así como también en las acuñaciones monetales de Antioquía y otras ciudades orientales próximas a su cauce. Otras representaciones del mito en el que figura el dios-río Meandro las hallamos en un mosaico procedente de Kelibia del siglo IV, en otro sarcófago del siglo II conservado en la Gliptoteca Ny Calsberg de Dinamarca, o en una interesante pintura pompeyana de la Casa de la Reina Margarita, donde además de la deteriorada figura fluvial, se puede observar en el agua una ninfa, siendo en este caso la figura que muestra el reflejo del agua mediante un escudo.