Descripción:
La Venus del Espejo, también conocida como Venus Rokeby, en alusión a su antiguo propietario o como El tocado de Venus (The Toilet of Venus), es una de las obras maestras de Velázquez y de la pintura europea del siglo XVII. Aunque su autoría es indiscutible, ofrece ciertas dudas su fecha de ejecución; algunos autores consideran que la pintaría antes de 1648, cuando el pintor parte por segunda vez para Italia, ya que figura en el inventario de Don Gaspar Méndez de Haro y Guzmán fechado el 1 de junio de 1651; pero otros piensan que pudo pintarla en Italia y enviarla antes de su regreso, en junio de ese mismo año, a tenor de algunas influencias que se pueden apreciar en el lienzo en relación con obras que vio Velázquez allí. En 2001, Ángel Alerido publicó un artículo donde decía que antes de 1651 perteneció al marchante y pintor madrileño Domingo Guerra Coronel, quién la vendió al marqués del Carpio, con lo cual es difícil conocer si la pintó antes de partir a Italia o durante su estancia italiana, porque a finales de los años 40 el estilo del pintor ya había adquirido una total madurez.
Se representa un desnudo femenino, sin ningún adorno, con el cabello oscuro recogido en un moño, recostada sobre el brazo derecho, tendida sobre un lecho cubierto por una sábana blanca y una tela de seda gris que otrora fue de un malva intenso, mirándose en un espejo que le presenta un niño alado recortado sobre el fondo que marca un cortinaje de un rojo intenso. La disposición de los elementos descritos, dispuestos uno tras otro, crea magistralmente profundidad. La pintura es una sinfonía de blancos, rojos y grises, que se combinan sabiamente en el cuerpo desnudo a base de pinceladas suaves, cremosas y fundentes con una sutileza y contención que denotan madurez, así como en la espontaneidad y la disolución de las formas.
La figura no tiene ningún atributo que confirme su identidad, pero el niño claramente es Cupido, por lo que se trata probablemente de Venus, y como hace Velázquez en otros casos, resuelve el tema mitológico de manera mundana, desmitificando el mito. Venus, de espaldas, está absorta en sí misma en un momento de privacidad, alejada de las representaciones clásicas; la marcada curva que traza su cadera confiere voluptuosidad a su cuerpo, enfatizando dichas curvas las arrugas de la sábana. Es la imagen de la belleza absorta en sí misma, una belleza que conlleva atracción acentuada por la sensualidad cromática, así el cortinaje rojo del fondo aporta carga erótica. El ambiente que rodea a Venus es excusa para una sexualidad estética muy material donde la perfección de su cuerpo divinizado contrasta con la vulgaridad del rostro reflejado en el espejo, como si retratase a una simple aldeana. Siguiendo las palabras de Julián Gállego “no se trata de un retrato mitológico sino de la mitología que se revela de repente retrato de un ser cualquiera”.
Cupido, arrodillado y con aire melancólico, cruza las manos sobre el espejo que sostiene, y sobre sus muñecas cae una cinta carmesí que es la ligadura con que el Amor se ata a la imagen de la Belleza, por eso Cupido se rinde a la hermosura mientras la mujer no se preocupa de él, sino que toda su atención se centra en su rostro reflejado en el espejo, atributo de la Verdad y la Vanidad.
Para la ejecución de este cuadro, Velázquez no se sirvió de modelos directos, aunque sí contó con las aportaciones de sus precursores. La utilización del espejo como protagonista activo y no como un mero accesorio fue utilizado ya por los pintores del Alto Renacimiento; Tiziano utilizó este recurso en los tocados devenís, uno de los cuales formaba parte de las colecciones reales españolas y Rubens pinta una Venus de espalda con el rostro reflejado en un espejo pero erguida. En cuanto al desnudo, en al Alcázar de Madrid se conservaban las “Poesías” encargadas a Tiziano por Felipe II, y si el cuadro se pintó en Italia, tuvo la posibilidad de ver la Venus de Urbino, pero se trata de desnudos más planos y rotundos, con menor carga erótica visual. Los desnudos de espaldas tienen antecedentes en grabados de la época y en esculturas clásicas como el Hermafrodita Borghese y Ariadna dormida (Palacio Pitti), de los que mando hacer vaciados para traer a España. Pero Velázquez parece inspirarse en los antiguos mirando un modelo natural, porque la obra carece de afectación y se nos presenta a la vez como cotidiana y sorprendente.
En relación con la Venus de Urbino, con la que a menudo se ha comparado, la obra velazqueña es más enigmática en su realidad, porque el rostro difuminado del espejo siembra dudas sobre la personalidad de la retratada y sobre la capacidad engañosa de la belleza, y la voluptuosidad de su cuerpo, con curvas sinuosas tiene un tono más erótico que la desnudez serena, de formas más redondeadas y bello rostro de la obra de Tiziano, donde parece primar más el gusto por el lujo plasmado en el ambiente que rodea a la diosa.
Observaciones:
Entre 1651 y 1686 formó parte de la colección de D. Gaspar Méndez de Haro y Guzmán, marqués del Carpio y Heliche. Por matrimonio de la marquesa del Carpio con el duque de Alba, ente 1688 y 1802 pasó a pertenecer a la colección del ducado de Alba. Manuel Godoy la adquirió en 1802 tras presionar el rey a su antiguo propietario y la vendió después de 1808. En 1813 pasó a la colección Morrit, conservándose en Rokeby Hall, Yorkshire. En 1905 fue vendida y en 1906 ingresó en la Galería Nacional de Londres.
En 1914 una sufragista acuchilló el lienzo con siete puñaladas, quizás queriendo asesinar un ideal de belleza femenino.
Londres, Galería Nacional. Inv. 2.057