Localización (Institución, Colección):
Vaticano, Museo Gregoriano Etrusco
Descripción:
Esta cratera representa el mismo episodio que inspirara –de ser un original– a Praxíteles en su famoso Hermes de Olimpia: el traslado del joven Dioniso al monte Nisa, bajo la protección de Sileno. En este episodio, uno de los encargos de Zeus para su mensajero, Hermes está representado como un joven efebo imberbe, de corta melena rizada.
El dios viste una túnica corta plisada, sobre la que luce una clámide roja sujeta sobre el hombro derecho. Las alas, muy destacadas, aparecen tanto en sus altas botas como en el pétasos y el dios porta un pequeño caduceo que sujeta con su mano derecha al tiempo que ofrece al joven Dioniso a Sileno. Este caduceo, que responde a prototipos arcaicos, se muestra como una pequeña vara cuyo remate curvo apenas se distingue, destacando así la cercana figura de Dioniso, que centra la escena.
En el relato, ante el acoso de Hera, Hermes condujo primero a Dioniso a Orcómeno, junto a Atamante y su esposa Ino, quienes perdieron la razón por deseo de la celosa esposa de Zeus, y después al monte Nisa, bajo la custodia de la ninfa del mismo nombre y de Sileno, el anciano sátiro. Frente a Hermes, Sileno aparece sentado sobre una piel de felino que hace referencia al propio Dioniso, ya que los sátiros formaron parte de su cortejo; con su mano izquierda, sujeta el tirso, una larga vara adornada con hiedra y vid y coronada por una piña, atributo iconográfico dionisiaco. Sileno se muestra completamente desnudo, coronado de hiedra y con barba y larga cabellera blancas. A su espalda, la ninfa que daba nombre al paraje, Nisa, vestida con un largo manto, protege al anciano. En el extremo opuesto, otra ninfa sujeta un tirso y una rama de hiedra, ambos símbolos del culto dionisiaco.
La intervención de Hermes en esta escena es secundaria, ya que el centro de la composición y la mayoría de los elementos iconográficos portados por los personajes hacen referencia a Dioniso. La ineludible participación de Hermes en el episodio permite analizar la paulatina transformación y fijación de su iconografía a mediados del siglo V a.C., momento en el que el dios comienza a ser representado como un joven efebo.