Atributos iconográficos:
Corona, cetro, fusta, caballo y cortejo marino
Localización (Institución, Colección):
París, Biblioteca Nacional (Ms. fr. 143)
Descripción:
La ilustración de manuscritos había sido el principal vehículo a través del cual los dioses clásicos sobrevivieron en la imaginación de los artistas durante la Edad Media.
Sin embargo, la época de Francisco I, con su especial énfasis en aspectos culturales, constituyó el verdadero Renacimiento de la Antigüedad Clásica. Este manuscrito iluminado por Robinet Testard es elocuente testimonio de los parámetros simbólicos y estéticos que estuvieron vigentes en la Francia de entonces: ofrece un “Triunfo de Neptuno” que formalmente es deudor de las formas medievales y que, desde el punto de vista conceptual, denota amplio conocimiento de los mitos clásicos.
La figura del dios marino se yergue sobre una enorme y torsa caracola de mar, de tonos azulados, que le sirve de embarcación. Va vestido como un rey francés y, como tal, lleva la cabeza coronada; en su mano izquierda ostenta un cetro de poder y en la derecha una fusta. Tras de sí, emergen de la superficie acuosa los heraldos de su reino, los peces, que hacen sonar estruendosas trompetas con sus bocas, anunciando la llegada de su Señor. Se trata de un extraño cortejo, una de las más singulares representaciones del thíasos marino de todos los tiempos: entre estas diferentes especies marinas hallamos un Ketos, un monstruo marino clásico y dos hermosas tritonisas (o sirenas músicas, según la tradición medieval) de cola única, que hacen sonar sendos instrumentos de viento (una trompeta recta y una trompeta deslizante). De una gruta abierta en el interior de un islote sale, veloz, un magnífico caballo blanco.
La iconografía de Neptuno que se muestra en este manuscrito carece de antecedentes clásicos, especialmente en lo que se refiere a sus ropajes principescos y no tanto en su actitud de “domador de caballos”. Su cortejo es, asimismo, excepcional, dado el protagonismo de la fauna marina real concebida de forma fantástica. Por su parte, las sirenas convienen a la iconografía característica de las postrimerías del siglo XV, tanto por su cabellera a la flamenca como por su anatomía (senos pequeños, cintura menuda y caderas y vientre abultado) o por el aspecto y la minuciosidad de su extremidad ictioforme. Podría pensarse que el artista, conocedor de la literatura antigua, no dispuso, en cambio, de ninguna imagen clásica de Neptuno y de su cortejo, mientras que las fuentes de inspiración icónica para las imágenes de las sirenas debieron de ser muy abundantes.
Con sutileza, el artista ha equilibrado masas, colores y gestos en un intento deliberado de clasicismo. Resulta excepcional la calidad lumínica del conjunto en el que se atemperan las frías tonalidades azuladas del mar con los pigmentos cálidos de la tierra y los anaranjados horizontes.
Asimismo, es interesante señalar que la doble condición de domador de caballos y salvador de navíos, citada en el himno homérico a Posidón (22,1), había recobrado su vigencia, tras largos años de olvido, redescubiertas las fuentes literarias de origen y la belleza de la forma que las dio vida.
Observaciones:
Robinet Testard recibió el título de miniaturista en 1487. Trabajó entre 1484 y 1487 para el Conde Carlos de Angulema y para su esposa Luisa de Saboya y más tarde para el hijo de éstos, Francisco I, quien le asignó una pensión que el artista percibía todavía en 1523. Entre sus obras, de innegable valor destacan Les Epitres d´Ovide y Les Echecs amoreux, ambas en la Biblioteca Nacional de París.